Hay que identificar que nuestra identidad está conformada
por la movilización de nuestra vida diaria, en donde nosotros accionamos una
forma particular de habitar, sentir,
vivir y pensar el mundo de la vida, a través de los diversos sentidos que le
dan contenido a las actitudes, los valores, las normas y las diversas formas de
interacción; en él se delimita el espacio de lo individual y lo colectivo que
reclaman la emergencia de un sujeto que se hace en la interacción con su mundo
y que a través del lenguaje ha ido y está objetivando nuevas formas de
habitarlo. Permitiendo así formar un espacio diferente y reconocido de nuestra
vida.
También es importante destacar que en nuestra vida diaria
tenemos el poder democrático del país y de nuestros derechos en donde nosotros
participamos en la toma de decisiones, en el avance tecnológico y científico y
en la construcción de una identidad de país democrático. Permitiendo ser
incluyente, equitativo e identificar lo justo, lo bueno, lo malo, lo digno, lo
incluyente, lo equitativo y lo diferente, para construir de esta forma el entendimiento la vivencia de
la reciprocidad y la convivencia.
Es por eso que
en las escuelas deben de cambiar los
procesos de educación desde el plan de racionalización docente, el subsidio a
la demanda, la fusión institucional, el plan evaluación docente y los
estándares de calidad para determinar,
para que sus normativas ofrezcan un escenario realmente transformador de la
cultura y que sus procesos educativos permitan desarrollar un escenario
democrático del reconocimiento, la
vivencia de la equidad, la discusión y construcción colectiva de las normas.
Es por eso que la escuela deberá interpretar, desarrollar
y transmitir la cultura de la sociedad, definiendo con claridad cuáles han de
ser los fines y los medios socialmente legitimados que hacen pertinente y
relevante el acto educativo.
Con el objetivo de que se cumpla la ley y que los
niños(as) y desarrollen un espacio democrático propio en donde exista la
convivencia, el aprendizaje y la socialización y poder así desarrollar los mecanismos institucionales, organizativos
y relacionales de protección que los ciudadanos deben de asumir.
Por eso la escuela configura un deber educativo donde plantea
una lectura actual del contexto cultural en el que están inmersas las personas
en formación, determinando un modelo particular de enseñanza, de interacción y
de formación en su modelo pedagógico, en su currículo y plan de estudios, en
los contenidos y temáticas de cada una de las áreas, en los modelos de
evaluación, en las metodologías de aula y en las didácticas específicas de cada
área.
Con ello es importante plantear la formación y
socialización ciudadana, pues en esta intención se compromete a la escuela en
el direccionamiento de procesos pedagógicos para el desarrollo de competencias
afectivas, cognitivas, comunicativas, éticas, morales, políticas, entre otras,
que aporten a la constitución de un sujeto que trae consigo una biografía, se
hace presente en un tiempo y espacio específicos como parte de lo real, plantea
unas perspectivas, toma múltiples decisiones, construye historia, convive, hace
escuela, es decir, un sujeto que se constituye como tal, en primer lugar, en el
reconocimiento de lo que es y en la visibilidad de su subjetividad manifiesta
en sus valores, conceptos, sentimientos y actitudes; en segundo lugar, en la
identificación incluyente de la presencia de otras subjetividades, a partir de
la cual hace una lectura comprensiva de lo que es diferente a él y, por
consiguiente, visibiliza otros sujetos que plantean, como él, sus propias
biografías, historias, certezas, sostenimiento de las buenas relaciones.
De esta forma es
importante nacionalizar la identidad dentro de los procesos educativos ya que
nos permiten desarrollarnos como ciudadanos y obtener estándares de conducta
adecuados ante la sociedad.
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